El padre Antún Ramos es uno de los religiosos que más ha sufrido la violencia: en su iglesia, en Bojayá, Chocó, murieron más de 80 personas a causa de un ataque de las Farc en el 2002. Sin embargo, jamás ha abandonado la convicción de que es necesario perdonar para sanar las heridas que ha dejado el conflicto armado.
En diálogo con EL TIEMPO, el padre Ramos no dudó en defender lo acordado entre el Gobierno y las Farc y dijo que desde antes de que se declarara el cese bilateral, la guerrilla comenzó a “desescalar” el conflicto en el Chocó.
¿En Bojayá el 96 por ciento de la gente votó ‘Sí’ al plebiscito a pesar de la violencia, ¿de dónde sale ese valor para apoyar la paz?
La fuerza le viene al pueblo desde adentro. Las situaciones negativas, nefastas que nosotros hemos vivido nos dan cada día más fuerza para saber sobreponernos a cada una de las dificultades que se nos presentan. Bojayá y el Chocó son pueblos muy resilientes, que se sobreponen a cada una de las dificultades. Pudiéramos decir que humanamente somos un ejemplo. El país conoce sobre la masacre de Bojayá, que fue la punta de iceberg, pero los embates de la guerra los vivimos desde 1996, cuando fue la primera incursión paramilitar.
Desde ese hecho hasta el 2000 iban más de 400 o 500 muertos. Aunque hemos convivido con la muerte y las distintas violencias que los actores legales e ilegales han propiciado en esta zona, el pueblo es resiliente y resistente, se llena de esperanza todos los días y no se queda allí. El pueblo comienza a establecer diferencias, a abonar esfuerzos para que las situaciones adversas no menoscaben la fuerza interior.
Usted conoce personas que han perdido todo por cuenta de la violencia en este municipio ¿cómo las nota ahora?
Conocí a una señora que perdió a 24 familiares, la gente la conoce como la ‘mil dolores’. Estuvo con nosotros en La Habana y aunque ella lloraba cuando estaba hablándoles a las Farc –no con rabia sino con un dolor profundo– tenía la actitud de extenderles la mano. Ella fue la primera que abrazó a los miembros de las Farc. Para mí eso fue impactante. En mi ser es más entendible por la formación cristiana que he tenido. Ella dice no, yo quiero que esto no vuelva a pasar y quiero que nos pidan perdón de corazón y que vayan a Bojayá y delante de la gente, con una actitud también de vergüenza interna, pidan perdón, como se hizo en diciembre.
Ese acto sanó mucho, porque a la final hay un reconocimiento de una falta que fue grave, que no tiene justificación y así lo hizo saber ‘Pastor Alape’, uno de los líderes de las Farc, en un momento, y hace un mes ‘Iván Márquez’, el jefe negociador de la guerrilla, quien estuvo entregando el cristo de la reconciliación y del perdón que regalaron ellos y también ratificaba que pedía perdón una y mil veces. Nosotros entendemos que cuando se perdona, se sana y se ve la influencia del cristianismo que entiende que el que guarda rencor está enfermo.
Hay razones para guardar rencor, pero nosotros decidimos no hacerlo y eso pone a la gente de Bojayá a seguir trabajando y echando para adelante. Para nosotros la paz es tranquilidad, que nos dejen vivir en paz en el territorio, que nos dejen movernos. Para nosotros progresar es que nos dejen comercializar nuestros productos, cosas pequeñas que nos dejan vivir en paz.
¿Cómo es la historia de esta señora, la ‘mil dolores’, cuando fueron a La Habana?
En ese momento yo hable primero. Hice la introducción religiosa, como ambientando porque la reunión era tensa, explicando cosas para desarmar los corazones de lado y lado. Yo creo que las Farc nos escucharon, uno a uno, a todos los que fuimos. Primero hablamos nosotros y luego ellos. Me sorprendió ver llorar a todos los del secretariado.
¿Usted vio llorar a ‘Iván Márquez’?
Sí, a ‘Márquez’ se le cortaba la voz cuando hablaba, a ‘Alape’ y a ‘Jesús Santrich’, quien estaba al lado mío. Esto no se supo, pero uno ve que el miedo y la culpa de ellos por lo que ellos hicieron no fue de labios para afuera. Es el dolor de ver a esta gente exponiéndoles sus situaciones a los de las Farc y las consecuencias de una guerra que no debió ser, de un pueblo pobre, porque me parece que esa era la consigna.
No vi a ninguno de los guerrilleros que hablara sin que se le cortará la voz, y hablaron casi todos. Nos escucharon primero. Cuando nosotros relatábamos nuestras historias, ellos tenían cara de pesar, de angustia. Yo no soy afín de las Farc, tengo todas las razones para no serlo, pero vi la parte noble del reconocimiento de una falta muy grave. No es el hecho de reconstruir la iglesia, que se hace en tres o cuatro días, el problema es que se le destruye el simiente a la gente. Un señor que perdió 5 hijos, por ejemplo, solo me decía ‘padre yo soy una persona buena, usted sabe que yo le colaboro en la iglesia’. Él me ayudaba con la limpieza y me decía ‘Dios cómo se me lleva a mis 5 hijos. Deme una explicación’.
¿Y usted qué le dijo a ese señor?
Las lágrimas me salieron igual que a él. No fui capaz de darle ninguna explicación, porque no la hay. Es la deshumanización, el mal uso de la libertad que lleva a los odios a una confrontación, de manera consiente, en medio de una población civil. Volviendo al tema de La Habana. yo vine escuchando a todos los comandantes dolerse al hablar de la barbarie en Bojayá por la connotación que tenía de iglesia de un pueblo pobre, que aquellos juraron defender, porque las Farc se dice que es el ejercito del pueblo. Se puede ser lo más rudo posible, pero para impactar una niñez, una mujer en embarazo, personas en indefensión le debe doler a quien lo hace y a ellos les dolió demasiado. La reunión se extendió casi hasta las 2:00 de la mañana porque todos querían hablar, todos se sentían responsables.
No es fácil que todo el mundo piense lo mismo, ¿no será que esta visión nace de su condición de hombre de fe y de Dios?
La mayoría de los que estábamos ahí lo vimos así. En un momento se formó un debate interno sobre si concederles o no perdón, y yo traté de no influir en esas decisiones, pero al final es entender que el perdón es una cuestión personal y de vida, un proceso y que cada uno lo vive de manera distinta, pero en su mayoría, aunque hay dolor, porque el hecho que se pida perdón no resucita al muerto, en la medida en que el otro reconozca, los dos renacen.
Definitivamente aceptar la culpa ayuda a que el otro perdone…
Correcto, y por eso la verdad que se diga, lo que está en los acuerdos de La Habana, la justicia, la reparación. Yo creo que lo que están haciendo las Farc, para nosotros, es restaurativo y aunque no quiero verme como defensor de las Farc, ellos hicieron un gesto bonito: donaron a Bojayá un cristo, que es un signo cristiano. Cristo predica el amor, la reconciliación y el perdón. Si se ven las características del cristo es negro, con los brazos abiertos, que mira con ojos de piedad y quiere abrazar. Lo hizo un escultor cubano. La paz necesita una simbología más allá de la paloma. Ellos lo hicieron porque ellos dañaron el otro cristo. Y ahora hacen uno nuevo, uno es el cristo de los mártires y el nuevo es el cristo de la esperanza y la reconciliación.
Para usted, como miembro de la Iglesia católica, ¿ese cristo manda ese mensaje?
Sí, así lo recibimos. El cristo lo pudieron haber hecho con la mano en el bolsillo, pero lo hacen con los brazos abiertos por toda la simbología que tiene.
¿El cristo negro y el cristo roto comparten el mismo espacio ahora?
No, el cristo roto está en Bellavista-Bojayá y el cristo del perdón y la reconciliación –yo sugerí que se llame así– está en La Loma, de manera temporal. Después se decidirá, en una cabildo abierto, en dónde va a quedar ese cristo.
¿La gente en Bojayá sí está comenzando a perdonar a las Farc?
Los que menos razones tienen para perdonar, porque los han agredido demasiado, son los de la comunidad de Bojayá, Mapiripán, zonas del Cauca, donde las Farc han hecho los estragos más grandes con la vida humana. Yo, por ejemplo, quisiera que mi mamá estuviera, pero ya no está porque las Farc me la quitaron, pero sorprende que las víctimas tengamos más actitud, disposición y capacidad de perdonar que los que no han sido víctimas. Nosotros votamos ‘Sí’ al plebiscito por cansancio de la guerra. Esto no se lo puede abrogar ningún político, o que la gente votó porque era de algún partido, no, allá el trabajo lo hicieron las organizaciones, la iglesia y por encima de eso la convicción de la gente, que hace que se busquen soluciones para parar un conflicto y, votando de esa manera, se esperaba que lo que nos pasó a nosotros –y ahí viene la solidaridad nuestra– no le pase a ninguno de ustedes.
El Papa dijo que quiere la paz para este país y mando mensajes frente al plebiscito. Usted está más de acuerdo con el Papa que con la Conferencia Episcopal, ¿cómo explica eso?
Primero estoy de acuerdo con mi convicción cristiana católica que la paz es un bien mayor. Y esa es la consonancia que hay con el Papa. Él añora la paz, lo dice explícitamente en sus comunicados y en los saludos que manda, pero al final yo siento que por las corrientes que hay en la iglesia católica, algunos obispos hablaban de destrucción de la familia.
Yo leí los acuerdos dos veces y no he visto nada de eso. Hay puntos sobre darle participación, valorar, apoyar y no discriminar a los que piensan distinto, esta es poner a la mujer en el puesto que es, que tenga la misma participación, porque hay comunidades que han sido excluidas históricamente, los negros también lo fuimos. ¿Quiénes somos nosotros para discriminar a la comunidad LGBTI, a los indígenas a las mujeres?
¿Es decir que los acuerdos no son discriminatorios?
Todo lo que huela a discriminación debe ser rechazado por la iglesia, y los acuerdos bajo ninguna circunstancia lo son. Yo en lo personal no entiendo. Esperaba que la posición de la Conferencia Episcopal fuera más decisiva porque a los feligreses hay que inclinarlos hacia el bien mayor, hacia la verdad y no hacia la confusión. Para mí es difícil entender la posición de las iglesias en general. Aclaró que la de la diócesis de Quibdó fue por el ‘Sí’ en el plebiscito, con algunas excepciones.
Yo tenía muchas razones para estar con el ‘Sí’ y le decía a la gente que era respetuoso de la decisión que tomara, pero explicaba por qué ‘Sí’. El ‘No’ nos está ofreciendo un caos, esto puede durar un mes o indefinidamente. El ‘Sí’ nos ofrecía la aplicabilidad de un proyecto y la sensación de resolución de un conflicto. No la paz porque la paz es algo que requiere un proceso, pero la sensación de un conflicto menos es una ganancia para los que hemos sufrido la guerra. En el Chocó el 81 por ciento votó por el ‘Sí’. Por eso decía que la democracia es un régimen incomprensible a veces, no siempre las mayorías tienen la razón. Debieron haber habido dos plebiscitos: uno para la ciudad y otro para las provincias y que los votos nuestros valieran por dos. La democracia, como está planteada, nos pone de manera desigual porque pone al Chocó a competir con Bogotá o con Medellín, lo que es imposible numéricamente. Nosotros sentimos que la gente les falló a las víctimas.
¿Le dolió que ganará el ‘No’?
Sí. Inicialmente fue un dolor muy grande para nosotros, para toda la comunidad de Bojayá y del Chocó. El problema no es ni siquiera la confrontación, es la tensión durante las 24 horas. El pensar que en cualquier momento se prende algo, si alguien llega con una noticia que vieron unas huellas de botas, ya la gente dice "vienen los ‘paras’ o los del ‘golfo’". Nosotros, como no queremos vivir en esa situación y conocemos la maldad que trae implícita la guerra, votamos por el ‘Sí’. Esperamos que un país que conoce la guerra gracias a los medios de televisión, entendiera que nosotros vivimos con zozobra y muchas veces confinados y sin poder movernos.
¿Cómo observa lo que está pasando en el país en cuanto a la confrontación de los del ‘No’ y los del ‘Sí’?
Nosotros miramos con preocupación lo que está pasando porque hay muchas mezquindades, pareciera que detrás de los líderes del ‘No’, y que legalmente ganaron en el plebiscito, hubiera intensiones distintas a que se les hicieran ajustes a los acuerdos.
¿Cómo se siente en el Chocó el cese bilateral?
Cinco o seis meses antes del cese del fuego, las Farc fueron desescalonando el conflicto que había en la zona. De Quibdó a Bojayá, las Farc llegaron a tener hasta 7 retenes. Una vez nos quitaron una lancha con 70 millones de pesos en comida. Nos la quitaron las Farc y se llevaron toda la comida. Y lo hacían también los otros actores armados ilegales. Pero desde que las Farc comenzaron a desescalonar el conflicto, comenzaron a bajarle la intensidad, a disminuir su patrullaje, a concentrase en una zona y a dejar de molestar a la gente.
Entonces ya mucha gente de las zonas rurales comenzó a llegar y ya hay muchos proyectos y empiezan a darles incentivos a la gente para que vuelva al campo. El día que fui a la recibida del cristo vi cuatro botes llenos de plátano. A un bote de esos le caben 1.400 raciones de este alimento. Una ración son 64 plátanos. Hace rato no iba a ese sector y en Quibdó se conseguía en 45.000 pesos y ahora se consigue en 13.000 pesos. Como fruto del cese del fuego la gente sembró arroz, volví a ver ganado también. Antes le quitaban su producido a la gente y esta empezó a tener miedo y a sacrificar el ganado y dejaron las fincas abandonadas. Ahora las fincas volvieron a renacer. En Bojayá el río estuvo cerrado casi 8 años, ahora hay 25 lanchas, a cualquier hora se encuentra una, volvieron las gasolineras y hay varios supermercados.
Se ve el comienzo de la paz…
Bastante, la gente está volviendo tranquila. Nosotros escuchamos un helicóptero y ya, relajados, antes no. El día que fuimos a la misa con el Presidente, yo me devolví en un helicóptero y me sorprendía lo bajito que iba y que los dos soldados que iban con la ametralladora iban relajados. Antes un helicóptero no iba a esa altura, sino sobre la copa de los árboles. Ya las Farc no están molestando por allá y la gente está volviendo e invertir. El cese al fuego de manera temporal ha traído muchos frutos.
¿Cree en las expectativas de paz del Eln?
Yo espero que sí. El Eln tiene una complejidad por sus convicciones religiosas, son como unos mojes, porque al final para el Eln lo importante no es ganar, es no perder. Las Farc fueron oxigenando el secretariado con mucha gente. Los que están negociando con el Eln son los mismos de hace 20 años, no se ha oxigenado.
¿Usted cree que vamos a tener paz en este país?
Yo creo que sí. Espero que sí, deseo que sí, pero para ello necesitamos la suma de tantos colombianos que nos metamos en esto. Es que la corrupción también genera violencia y nosotros estamos buscando el ahogado río arriba.
¿Usted no cree que sirve más de político?
Uno sirve donde debe servir. Un cura es un político porque la política busca el bien común y este es seguir trabajando por la comunidad y por la paz. La política no la concibo porque para llegar allí hay que hacer un pacto con el diablo. A mí me han insinuado, pero yo desde aquí hago una buena labor sin matricularme. Pasar de cura a político sería degradarme, entonces mejor no.
EL TIEMPO