A la Coordinación Regional del Pacífico Colombiano le llama la atención la insistencia del gobierno Santos de continuar impulsando la locomotora minera como su principal bandera, sobre todo, porque se han demostrado los daños irreversibles que produce al bosque, al aire, a las aguas, a los animales y a la vida humana.
En la primera elección de Santos, se esperaba el continuismo guerrerista del anterior gobierno, pues el elegido Presidente era su ministro de Defensa. Y aunque la guerra siguió escalándose, la figura de Santos que emergió fue la de Ministro de Comercio. Pues, realmente este señor, es ante todo un comerciante, convencido que el papel de Colombia es exportar materias primas, entre ellas el oro, el petróleo, el bosque y hasta el agua, por un lado, y ante la ausencia de tecnología nacional, exportar colombianos para que presten sus servicios como peones en las multinacionales, sin que estas paguen el precio de la formación en el país.
De manera que nos quedamos sin el caldo ni los huevos. En consecuencia, a las comunidades no les queda otro camino que la Resistencia a través de acciones de movilización social y propuestas alternativas al modelo de desarrollo impositivo del gobierno nacional.
La idea es trabajar fuerte porque los planes de etnodesarrollo de las comunidades negras, los planes de vida de los pueblos indígenas y los planes de salvaguarda sean de cumplimiento obligatorio de las instituciones estatales, y no un un cuadro pegado en la pared de buenas intenciones.
Es preocupante que el gobierno Santos tenga como un inamovible la discusión del modelo de desarrollo, que ni siquiera es un modelo, es un esperpento que se basa en tratados de libre comercio donde la prioridad son las mercancías, las materias primas y no el bienestar de los colombianos.
De allí la inquietud, si las negociaciones con las guerrillas, que todos anhelamos sean al final un concierto de paz, van a empeorar el conflicto con las comunidades al dejar el camino expedito para que las multinacionales entren a los territorios a despojar y explotar sin condicionamientos; esto no se debe interpretar como que las guerrillas han sido defensoras de las comunidades y su territorio, pero sí un obstáculo en cuanto a “impuestos de guerra” se refiere.
Es la gente que debe defender sus intereses y el territorio. Hasta ahora nadie externo lo ha hecho, sino ellos mismos. Hoy la unidad de los pueblos está más vigente que nunca. Afrocolombianos, indígenas de distintas etnias, raizales, palenqueros, campesinos, el pueblo de los barrios de las ciudades. Es hora de ser poder. No se puede seguir permitiendo a unos pocos enquistados en el Congreso y en el gobierno al servicio de las multinacionales, que sigan decidiendo sobre el futuro y el presente de Colombia. Colombia le pertenece a los colombianos.