El paisaje de la región del Pacífico colombiano es rico y complejo, en lo ecológico, económico, político y cultural. Los cambios veloces y por cierto controversiales ocurridos en las últimas dos décadas han desplazado a millones de personas y siguen representando una grave amenaza para los paisajes de los cuales dependen los medios de vida locales. Allí, como en muchos lugares, las mujeres desempeñan un papel clave en la gestión de los bosques para obtener alimentos. La densidad de la cubierta forestal en la región del Chocó, en las tierras bajas del Pacífico colombiano, así como su importancia para los medios de vida locales, la convierte en un lugar ideal para explorar la dinámica del género en la seguridad alimentaria dependiente de los bosques.
A finales del año pasado regresé a visitar la costa Pacífico de Colombia para continuar mi investigación sobre el activismo de las mujeres afroamericanas. Cuando aterricé en Cali, una docena de mujeres de La Toma, un pueblo cercano, había comenzado a marchar a Bogotá en protesta contra la minería de oro ilegal en sus tierras, que está contaminando el río Ovejas y los paisajes aledaños, afectando negativamente a los medios de vida locales.
Las pobladoras de La Toma son sólo un pequeño grupo de muchas mujeres afrocolombianas que participan activamente en esfuerzos por promover alternativas sostenibles para los bosques.
La historia de las mujeres de La Toma es similar a la de muchas comunidades de América Latina y Asia. Pero lo que es particularmente irónico sobre las luchas afrocolombianas es que continúan a pesar del reconocimiento legal de los derechos a la tierra y el apoyo de la ciencia al manejo tradicional de los recursos forestales.
Las dinámicas locales están conectadas de forma compleja a procesos económicos y políticos nacionales y mundiales más amplios.
Entonces, la forma en que las mujeres utilizan y gestionan recursos, y cómo los cambios de género en la división del trabajo impactan a los bosques y la alimentación depende no sólo de dinámicas locales, sino de intervenciones externas y de cómo éstas interactúan con la dinámica local. Dicho de otra manera, el contexto importa mucho, y de formas diversas. Esta es una lección que aprendí hace dos décadas, cuando fui por primera vez a las tierras bajas del Pacífico como bióloga para estudiar el uso colectivo de la tierra y los derechos territoriales de las comunidades afrocolombianas.
Es una lección que vale la pena recordar y volver a contar.
EL CHOCÓ
La región biogeográfica del Chocó, en el Pacífico colombiano se extiende 1.300 kilómetros desde el extremo sur de la Península de Darién en Panamá hasta el extremo norte de Ecuador, a lo largo de la costa del Pacífico. Se caracteriza por una gran variedad de ecosistemas (arrecifes de coral, manglares, playas, bosques ribereños, bosques húmedos tropicales, tierras altas y tierras bajas) con innumerables especies de plantas y animales endémicos.
Es también el hogar de los Embera y Wounaan y de la mayoría de las comunidades afroamericanas de Colombia, descendientes de los esclavos que fueron llevados durante el siglo 16.
El trabajo de los esclavos suministró a los colonizadores españoles oro, platino y plata, pero también recursos no metálicos como la tagua (marfil vegetal) y la madera, que eran tan valiosos como los minerales; y que promovieron el crecimiento y desarrollo de la economía colonial y posteriormente nacional.
Después de la independencia de Colombia y la abolición de la esclavitud en el siglo 19, la dinámica de desarrollo económico en el Chocó siguió siendo una paradoja: a pesar de continuar suministrando a la nación con metales preciosos y recursos naturales, sus habitantes permanecieron viviendo en la pobreza.
En términos geográficos y económicos, los chocoanos se encuentran en la periferia de la Nación, pero también en proximidad de los recursos naturales, subsistiendo de la pesca, el cultivo, la recolección, la caza y la minería artesanal. Las mujeres desempeñan un papel vital, pero a menudo no reconocido en estas actividades que sustentan sus medios de vida.
REDESCUBRIMIENTO Y CONTRADICCIONES
En la década de 1980, las tierras bajas del Pacífico de Colombia atrajeron la atención mundial debido a su inmensa diversidad genética y grandes reservas de recursos naturales, incluidos el petróleo y el gas natural. La reforma política en Colombia contempló acciones orientadas a estimular el crecimiento económico e integrar a los habitantes aún marginados del resto del país. Estas medidas coincidieron con la preocupación mundial sobre la pérdida de biodiversidad; al ser el Chocó uno de los“focos de biodiversidad” del mundo, se convirtió en un lugar clave para los esfuerzos de conservación del medio ambiente y para proteger y desarrollar de forma sostenible su “oro verde”. Las mujeres jugaron un papel clave en los proyectos de desarrollo y conservación que surgieron posteriormente.
La idea de desarrollo sostenible conecta el desarrollo económico con la conservación del medio ambiente, pero también implica equidad y justicia social. Es aquí donde otros factores se integran en la historia: los derechos étnicos. Estableciendo alianzas con los defensores del desarrollo sostenible e invocando acuerdos internacionales como el Convenio 169 de la OIT, las comunidades indígenas y afroamericanas de Colombia buscaron la titulación legal de sus tierras ancestrales y el reconocimiento de sus derechos consuetudinarios. En 1991, una nueva constitución en Colombia incluyó derechos extendidos para sus poblaciones indígenas y sentó las bases para una ley que otorgaba derechos étnicos, territoriales y socioeconómicos a las comunidades afrocolombianas (Ley 70 de 1993). Durante la década de 1990, se tomaron numerosas medidas para poner en práctica tres factores estrechamente vinculados entre sí: el crecimiento económico a través del libre comercio, la conservación del medio ambiente, y los derechos étnicos.
Fue una década corta, pero de esperanza para el desarrollo sostenible de las tierras bajas del Pacífico.
Poco después de la concesión de los primeros títulos de tierras colectivas a las comunidades afrocolombianas en el año 1997, el área de Chocó se convirtió fue víctima de la violencia. La década siguiente estuvo dominada por la lucha armada entre los productores de droga, traficantes, la guerrilla, los militares y las fuerzas paramilitares. Las comunidades locales fueron blanco de escuadrones de muerte y desplazamientos forzados, y los bosques y biodiversidad de la región sufrieron grandes daños colaterales por la fumigación aérea dirigida a erradicar los cultivos de droga.
Celebración del Día Internacional de la Mujer en Quibdó, Chocó, Colombia. Foto: Kiran Asher
LUCHA POR LA SOSTENIBILIDAD
En pleno siglo 21, las dinámicas de cambio culturales, políticas y ecológicas en las tierras bajas del Pacífico aún se caracterizan por contradicciones y contingencias.
Por un lado la violencia ha sido controlada, más tierras han sido tituladas y los esfuerzos de conservación y desarrollo se han reanudado. Al mismo tiempo, la expansión legal e ilegal del cultivo de palma aceitera y la minería de oro amenazan vidas, tierras y medios de vida.
Los innumerables matices verdes del Chocó están siendo amenazados por las tonalidades uniformes del oro verde.
Por este motivo, el noviembre pasado, las mujeres de La Toma que emprendieron su marcha a la capital, representaban en realidad un movimiento más grande, de todas las mujeres afrocolombianas, que reclaman medidas, pues su destino y vida están ligados a la densidad de los bosques de la región.
Kiran Asher es científico senior del Centro para la Investigación Forestal Internacional CIFOR.
http://blog.cifor.org/27100/mujeres-afrocolombianas-defienden-sus-bosques-territorios-y-medios-de-vida#.VQczq9JwsR