Pacífico al margen

Los últimos acontecimientos mediáticos de guerra y paz en Colombia dejan al país marginal en empeorada situación. Los hechos de guerra de mayo no obedecen a una estrategia de largo aliento; su talante es de táctica maquiavélica que, por parte del Estado, pretende generar opinión y subir en las encuestas mediante el bombardeo indiscriminado y el asesinato, y por parte de la guerrilla, presionar un cese bilateral del fuego a unos funcionarios del Estado que ni siquiera deciden sobre lo que se compra en el mercado de sus casas. Es decir, y para no ser peyorativo, las fuerzas poderosas y económicas que mueven los hilos de los funcionarios son quienes deben dar la orden ya de no más asesinatos, ni bombardeos, ni desplazamientos y confinamientos contra la población civil y étnica.

Las antropólogas Das y Poole, definen los márgenes como lugares de desorden donde el estado ha sido incapaz de imponer el orden y el monopolio de la violencia. Y el Pacífico colombiano cabe dentro de este concepto. Como repetidamente lo ha manifestado Richard Moreno, un dirigente chocoano, “la guerrilla es generadora de violencia pero no el único actor; aquí en el Chocó y el Pacífico el principal generador de violencia es el Estado cuando nos excluye, cuando otorga concesiones minero-energéticas y forestales sin consultarnos, cuando no respeta los DDHH ni dignifica la vida de afros e indígenas a través del cumplimiento de los DESC, cuando aumenta el pie de fuerza pero la violencia empeora”. Pero también cuando el Estado es cómplice del paramilitarismo y fomenta la corrupción que se roba la inversión de la salud y la educación.

Igual sucede en Buenaventura, tal como dio cuenta el informe del Centro de Memoria Histórica “Buenaventura: un puerto sin comunidad” (y otros sinnúmero de informes). Y aunque nuevamente el título refleja a Buenaventura como puerto (así algunos digan que es un título provocador), la resistencia de Buenaventura se resume en el Ser Comunidad. Una comunidad avasallada, sí; una comunidad aterrorizada, sí; una comunidad empobrecida, sí; una comunidad de viudas y huérfanos, sí; una  comunidad a quien el Estado ha negado la titulación del territorio y los servicios públicos, sí. Pero es la comunidad, que contra todo pronóstico, resiste en la ciudad a pesar de la exclusión que propinó a sus ciudadanos la Sociedad Portuaria privatizada y los distintos proyectos privados que se construyen y han entrado en operación, sin la participación de los bonaverenses.

En el Pacífico se vive en la periferia humana, en la vida despojada: vida nuda de Agamben: El hombre y la mujer al tenor de la ley pueden ser asesinados si están fuera de la ley o antes de la institucionalidad de la ley, y el asesino no recibir ningún castigo, es un crimen punible (homo sacer). Agamben o Foucault  por desgracia para la sociología y la filosofía no vivieron esta época en el Pacífico, ni en el Amazonas, ni en el Magdalena Medio, ni en la Colombia profunda, “donde asesinar paga”, o como dice don José Alfredo Jiménez donde “la vida no vale nada”… donde es lícito asesinar a los pobres custodios de la riqueza subterránea. Pues la norma en Colombia es el Estado de excepción.

Así se llegue a feliz término en los diálogos de La Habana, los conflictos de todo orden para la “pobresía” (legítimo confundir con poesía)  y grupos étnicos empeorarán, y su muerte y su propiedad inevitablemente van a quedar en la impunidad. Pero como no se trata de un artículo desesperanzador, y como nadie muere en la víspera, cito un título de una obra de teatro en el Chocó: “Resistir no es aguantar”. Resistir es oponerse a la causa mercantil capitalista de banqueros y políticos corruptos, de mercenarios e imperios.

Por: Jesús Duran 

 

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