Las víctimas responden ante la polémica generada por la periodista Patricia Nieto y piden un debate serio sobre el papel del periodismo en esta fase histórica. Leyner Palacios, Javier Darío Restrepo o Jesús Flórez alertan sobre la relación entre medios y víctimas.“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un lugar para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.
Tomás Eloy Martínez
“Bojayá [Chocó] es una comunidad que quiere elaborar su duelo y eso sólo lo puede hacer en intimidad. Las víctimas nos han dicho qué cosas no quieren que sucedan en el proceso [de exhumación de los cadáveres de los que cayeron en la masacre del 2 de mayo de 2002] y algo que nos han dejado claro es que no quieren que su duelo sea un show mediático. Como Comité es nuestra obligación salvaguardar y proteger ese derecho a un duelo en intimidad”. Leyner Palacios, víctima directa de la masacre ocurrida hace 15 años en Bellavista y portavoz del Comité de Defensa de los Derechos de las Víctimas de Bojayá, dice estar frustrado. Al momento de tensión y dolor que vive en estos días en que Medicina Legal anda removiendo la memoria y los cuerpos, se añade ahora la crítica por una parte de los medios por la decisión de la comunidad de no permitir que las exhumaciones sean cubiertas sin control.
“Lo fácil es atacarnos, lo difícil es enfrentar un debate serio sobre el papel de los medios en este conflicto”, insiste. Palacios se refiere al texto publicado este martes 16 de mayo en Verdad Abierta y que irrumpió con violencia en Bellavista (Bojayá) y en la nube de la red de apoyo que acompaña a esta comunidad. “El silencio de Bojayá”, firmado por Patricia Nieto, relataba las peripecias de esta experimentada periodista y de la fotorreportera Natalia Botero para tratar de cubrir las exhumaciones de los cuerpos astillados, mal enterrados y mal estudiados por Medicina Legal en 2002, tras la masacre que devastó a las comunidades del río Bojayá. El texto acusaba al Comité de Defensa de los Derechos de las Víctimas de Bojayá de censurar y obstaculizar el acceso a la información e insinuaba que dicho Comité manipula a la comunidad.
Pocos días antes, el 12, el Comité hacía público un “Protocolo para el manejo de comunicaciones en el marco de los acuerdos del Proceso de Paz para Bojayá” que establecía el marco para periodistas, académicos y agentes externos que se acercaran en estos días de dolor y exhumaciones a Bellavista, la cabecera municipal.
El debate continuó el miércoles 17, cuando en la página en internet de Hacemos Memoria, el proyecto que dirige la misma Nieto, se publicaba un texto firmado por Margarita Isaza Velásquez, con el título “Las exhumaciones de Bojayá: esa distancia entre las víctimas y la prensa”. En él se repetía la narrativa de Nieto y se consultaba a tres profesionales de los medios (Juan Diego Restrepo, Ginna Morelo y María Eugenia Ludueña) y todos apoyaban las tesis de Patricia Nieto. Ludeña, la más agresiva, aseguraba: “Me parece escandaloso que la sociedad civil quiera imponer límites al acceso a testimonios o adueñarse de las voces, señalando cuáles son las que están o no habilitadas para ser escuchadas, pero también que se imponga quiénes pueden o no acceder a ellas y de qué manera”. Sin embargo, Hacemos Memoria, un espacio de formación para periodistas, no incluía la voz de los ‘acusados’, de la comunidad, ni de aquellos que han acompañado estos procesos, para tratar de entender la decisión de Bojayá.
Para Leyner Palacios, “este incidente demuestra que falta formación en los periodistas para construir esa nueva relación con las víctimas”. E insiste en que “Bojayá no censura”. “Nosotros hemos pedido que se comunique al país lo que está sucediendo, pero de forma adecuada. No queremos que se siga contando sólo desde el dolor y el sufrimiento, sino desde las apuestas de vida de las víctimas. No queremos que se salga a contar sobre los huesitos de nuestros familiares, sino sobre las historias de vida que hay ahí, en esos familiares que perdimos y que tenían sueños, apuestas de vida, una historia digna que contar”. El portavoz del Comité de Víctimas explica como el “protocolo no es un invento” de ese Comité y empezó a construirse de manera colectiva con motivo de la petición de perdón de las FARC (el 6 de diciembre de 2015, en la imagen principal Leyner Palacios durante ese evento). “En este caso, el protocolo se actualizó en una reunión con 120 víctimas directas de la masacre que asistieron a un encuentro el 29 y 30 de abril para preparar el proceso de exhumación de nuestra gente”.
Ya en el acto de “reconocimiento temprano de responsabilidad” de las FARC, ese 6 de diciembre, se generó polémica cuando la comunidad no permitió el acceso libre de los periodistas a ese evento. Entonces, recuerda Leyner, María Jimena Duzán, escribió una columna titulada El fin del periodismo en la que llamaba a una proceso de autocrítica: “Para ellas [las víctimas de Bojayá], los medios son un enemigo tan temido como las Farc o los paramilitares. Luego de esa amarga experiencia tuve la impresión de que los medios teníamos que reflexionar seriamente sobre nuestro papel y sobre el periodismo que estábamos haciendo. Algo debíamos estar haciendo muy mal para que una comunidad como la de Bojayá hubiera prohibido la entrada de periodistas el día de la ceremonia de reconciliación por considerarnos un agente perturbador”.
Leyner Palacios recordaba ayer que “las periodistas que fueron [a Bojayá entre el 7 y el sábado 13 de mayo de 2017] y que ahora nos señalan sólo querían documentar las exhumaciones. No les interesaba nada más de nosotros. Hasta se escondieron para tomar fotos, como delincuentes. Ahora le dan duro al Comité, pero al Comité lo que le toca es mediar entre el derecho de las víctimas y los medios”. Muchos comunicadores han cerrado filas alrededor de Nieto y Botero y el columnista y periodista de Caracol se atrevió a escribir hace dos días en El Espectador que “Bojayá sigue siendo un reino del dolor, pero ahora tiene un visitador y un Comité de tribunos que censuran, ordenan, manipulan y actúan más allá de la Constitución y las leyes”. Nadie le ha dado voz a esa Bojayá que, según Nieto, está en silencio.
“No sé si el título debería ser El silencio de Bojayá o Los efectos del síndrome de la chiva”
En la otra mano, Javier Darío Restrepo, periodista de referencia y, ante todo, un maestro en materia de ética periodística, salía ayer jueves 18 públicamente a defender el derecho de la comunidad a poner en marcha ese protocolo y, ante todo, a llamar a un periodismo más “inteligente”. “Los habitantes de Bojayá quieren mantener en la intimidad el traslado de los restos de sus víctimas; es una decisión que el periodista debe respetar por cuanto es un derecho que protege su dignidad. La información sobre este hecho debe darse sin forzar los linderos que traza ese derecho”. De hecho, Restrepo se permitía sugerir otros enfoques u otras maneras de trabajar para pasar del “periodismo audaz, que rompe barreras, al que se hace con inteligencia y con respeto a las personas”: “Para la información pública correspondiente hay otras posibilidades distintas de las obvias de registrar el momento mismo de exhumaciones e inhumaciones. Se puede, y es conveniente, informar sobre los antecedentes: ¿porqué no habían tenido sepultura digna?; se puede explicar el contexto: ¿porqué ahora sí se pueden trasladar los restos?; se puede explicar qué sucederá en adelante en este lugar: ¿qué consecuencias se prevén después de esta ceremonia? Es importante destacar que nadie está obligado a responderle a un periodista y cualquier decisión de las personas en ese sentido es respetable”.
El debate de fondo
Aunque la polémica no deja de ser dentro del círculo periodístico, Palacios duda de que tenga recorrido, aunque lo desea. “De alguna forma me alegro de que se haya presentado esta situación porque plantea un debate sobre el rol de los periodistas en la construcción de paz… ojalá no se quede en la estigmatización de Bojayá o de su Comité de víctimas, sino que vaya al fondo del asunto y sirva para que haya un periodismo acorde al momento”. Y apunta a que “quizá algunos medios no están preparados para construir una nueva relación con las víctimas desde la humanización de esa relación. Y esa relación empieza por escuchara la víctima y es a partir de ahí que los periodistas ven qué hacer y qué no”.
—¿Cree usted que los medios de comunicación están contando bien al país este momento histórico?
Creo que no y la prueba está en cómo se han cubierto los acuerdos de paz. La sociedad no los conoce porque los medios no han hecho un trabajo serio de difusión, han tergiversado la realidad. En nuestro caso, ahora el único interés de algunos periodistas son nuestros muertos, pero poco o nada cuentan de la gravísima situación de seguridad de Riosucio o de cómo están nuestras comunidades en el río Bojayá, la situación de salud, cómo se siguen muriendo los niños por desnutrición… Y mientras, venga a hablar de Venezuela, como si acá no pasara nada más allá de tomar la foto a los huesos de nuestra gente.
Jesús Alfonso Flórez, miembro del Grupo de Testigos que ha acompañado a la comunidad de Bojayá en el proceso de negociación con las FARC y con el Gobierno, explica como para quien no forma parte de estas comunidades “el hecho de saber si un cuerpo X o Y es el que corresponde es accidental. Pero para ellos no es accidental, es sustancial, porque el cuerpo es la historia de esa persona y porque el alma sigue presa de un cuerpo que no ha podido ser adecuadamente enterrado. Por eso en estas exhumaciones lo que quieren es protección a esa intimidad”. Flórez, antropólogo y teólogo, cree que Verdad Abierta y Patricia Nieto pueden tener razón, “según relatan, en que el Comité quizá no haya sido claro desde el comienzo”, pero cree que lo que deben comenzar a pensar los medios, “más bien, es cómo se aporta más a la reconciliación y aportar no es únicamente que los antiguos armados puedan hablar con la población civil, sino que se busquen caminos de comprensión del dolor. Cada quién reclama su dolor, pero necesitamos ver el dolor de los otros. En este caso, hay que entender el dolor que Bojayá quiere procesar, una comunidad que ha sido tan golpeada históricamente y que ahora ve la oportunidad de tener una voz propia y quiere ejercer ese derecho”.
Este académico comprometido con la defensa de los derechos colectivos considera que los medios con más capacidad de influir “no han cambiado sus narrativas y siguen muy posicionados en un tema de oferta y demanda del mercado”. “Se juega muy fácilmente con lo que está pasando y no se contribuye a un proceso de construcción de paz tan delicado como el nuestro. Los medios no tiene que convertirse en terapeutas, pero sí deben ofrecer diferentes aristas a eso que llamamos verdad y ayudar a que las víctimas puedan expresar mejor sus dolores, porque los victimarios ya lo están haciendo, todo el tiempo”.
Palacios cree que la prensa es “un sector que pocas veces se ha tocado… falta autocrítica, los medios no han sido perfectos, han cometido errores, como todos, y hay que reconocerlos, asumirlos y corregirlos”. Yebrail Álvarez lleva décadas recorriendo el Pacífico como miembro del CINEP y está escandalizado por el artículo de Patricias Nieto. “No sé si el título debería ser El silencio de Bojayá o Los efectos del síndrome de la chiva”, se pregunta. “A través del texto lo que muestra es rabia y una manera poco inteligente de hacer periodismo en Colombia. Es decir, de parte de quién está, de su rabia personal por no haber conseguido la chiva o de parte de las víctimas”. Considera Álvarez que la polémica actual es sólo el síntoma de una enfermedad más estructural. “El problema es saber si la prensa está dispuesta a hacer autocrítica. Lo que vemos es que cuando usted se acerca a la tragedia colombiana, es fácil descubrir el papel manipulador y guerrerista de los medios masivos de información. Su papel se pone al servicio de los intereses de los sectores que históricamente han manejado el poder político, económico, militar o religioso. Y lo que hacen es echar leña al fuego, a veces incluso bajo el argumento de que es a favor de las víctimas”.
La situación en Bojayá sigue siendo altamente inestable, con el acoso de las nuevas-viejas formas del paramilitarismo que remontan el Atrato desde Riosucio y con una difíciles negociaciones para garantizar la reparación colectiva de todas las comunidades de Bojayá. Por eso a Yebrail Álvarez también le preocupa la “obsesión” de Nieto por nombrar varias veces a personas concretas -“algunos dirían que es una manera de boletear a las víctimas”- en lugar de aprovechar, como sugiere Restrepo, “para haber contado mil cosas que ya sabe y que pudo experimentar mirando a la gente, caminando el pueblo, y sintiendo la tragedia que viven desde hace tantos años las comunidades del Medio Atrato y de Bellavista, pero también las comunidades del río Bojayá: Caimanero, La Loma…”.
Leyner Palacios se despide insistiendo en que no pretenden “afectar a la libertad de prensa… no ganaríamos nada con eso” y Flórez recuerda que cuando la comunidad decidió proteger el acto del 6 de diciembre de 2015 ante los medios por temor al tratamiento que se le pudiera dar, “frente a ese temor, no infundando, ejercieron su derecho a tener una voz y ese derecho se tradujo en un documental que ellos mismos hicieron, los testimonios que entregaron para el libro de Paco Gómez Nadal [La guerra no es un relámpago] o con entrevistas que luego dieron con otros periodistas…”. De hecho, el Comité de Defensa de los Derechos de las Víctimas de Bojayá ha anunciado una rueda de prensa en Bogotá este 21 de mayo “con el fin de informarle al país sobre los avances en el proceso de exhumaciones que venimos adelantando desde el 3 de mayo” y recuerda que: “Hacer nuestro duelo, como víctimas de Bojayá, implica momentos de intimidad, pues el poder llorar, cantar y rezar a nuestros mártires es un derecho que nos deben respetar, pues no nos imaginamos vivir este momento en medio de cámaras en nuestra nuca“.
Paco Gómez Nadal | Foto: Jesús Abad Colorado