En las espesuras del Chocó. El martirio de Miguel Ángel Quiroga

En el funeral de Michel Quiroga había una gran pancarta que decía: “La vida con verraquera”. Él mismo la había hecho para ambientar las reuniones que mantenía con campesinos. Era una frase que le gustaba repetir como invitación a vivir con ilusión, con energías, con pasión comprometida…

Lloró, Chocó. 18 de septiembre de 1998. Pasadas las nueve y media de la mañana y empleando dos embarcaciones, habitantes de la región y miembros del equipo evangelizador de la parroquia de la Inmaculada salieron del puerto local rumbo al corregimiento de El Llano, con el fin de acompañar a su comunidad en la celebración de las fiestas del Santo Cristo. Para ese entonces, el equipo estaba conformado por Magnolia Ruiz, Sandra Consuelo Quintero, Jhon Fredy Vélez: laicos voluntarios; Juan Gabriel Santamaría: pre-novicio marianista; el párroco José María Gutiérrez y Miguel Ángel Quiroga (familiarmente llamado Michel): religiosos de la misma congregación.

“A unos cinco minutos del puerto y recién ocultado el pueblo tras una curva, al pasar al otro lado del río para navegar más fácilmente, un grupo de hombres uniformados nos hizo parar”. Eran paramilitares. El padre José María narra en una relación de los hechos ocurridos ese día cómo los obligaron a descender de los botes para practicar una requisa y cómo también les pidieron documentos de identificación. “Como algunos no llevaban sus documentos y ante las recriminaciones de los sujetos al margen de la ley, Michel y yo comenzamos a decirles que no tenían ningún derecho a pedirnos que nos identificáramos ante ellos, que eran ilegales”. La discusión se puso tensa y uno de los hombres, sin mediar palabra, cargó su arma, brillante y corta, y disparó alcanzando el pecho de Miguel Ángel.

Los paramilitares se opusieron a que los misioneros volvieran en ese momento a Lloró y Michel no tardó en perder la vida. Los motoristas fueron obligados a conducir las embarcaciones en dirección contraria al pueblo. Media hora después se detuvieron en una playa. En una casa, una familia les permitió instalarse. Unos cazadores llevaron a Lloró una lacónica nota con la noticia de lo sucedido y la petición de que se difundiera a la diócesis, a los marianistas, al juzgado y al municipio.

Según algunos testigos, después de cometido el asesinato, los paramilitares pasaron delante del pueblo y se quedaron tomando en un estadero sobre el río Andágueda, mientras el asesino, jefe del grupo, se hizo con provisiones de gasolina en la alcaldía para continuar el viaje río arriba.

El padre José María continúa su relato: “A las 2:30 pm oímos un ruido de un motor y enseguida aparece un bote con las funcionarias del juzgado; Dimas, el sacristán de la parroquia, y el motorista. Se practica la diligencia del levantamiento del cadáver y lo trasladamos al bote y de ahí a Lloró, a donde llegamos a las 3:30 pm”.

Aquel día oscuro y de bastante lluvia la tristeza fue inminente en el pueblo, según recuerda Edwar Palacios. Se sentía el vacío por Michel, a quien todos conocían debido a su cercanía y a que parte esencial de la labor evangelizadora de los marianistas era el trabajo que realizaban en pro de la toma de conciencia de los derechos de las negritudes emanados de la Ley 70 de 1993.

Vida comunitaria

Miguel Ángel Quiroga nació en 1972. Conoció a los marianistas en el barrio Perpetuo Socorro, de Kennedy (Bogotá), donde aún viven sus padres. Fue acólito en la parroquia de Nuestra Señora de la Caridad, donde el padre Ignacio Chapa descubrió su potencial como catequista. Gracias al presbítero Michel ingresó a la congregación.

Hacia inicios de la década de 1990 la Compañía de María celebraba 25 años de presencia en Colombia. Jesús Antonio Obando, su compañero de noviciado y juniorado, recuerda la formación que recibieron, atenta a sensibilizar a los nuevos religiosos acerca de la necesidad de una Iglesia encarnada, según la riqueza del Concilio y las opciones de Medellín y de Puebla.

Había, además, una decisión muy clara de los marianistas: no tener obras propias sino ir a los lugares donde hubiese necesidad de la presencia de una Iglesia renovada, que comunicará la acción de un espíritu nuevo.

Por tal razón, durante el noviciado Miguel Ángel trabajó durante un mes en la región caucana del Patía. Y finalizada dicha etapa de formación fue enviado durante un año a Lloró, donde desde 1990 los marianistas habían iniciado un proceso de inserción misionera en asocio con la Diócesis de Quibdó.

En 1994 volvió a Bogotá e inició estudios de Ciencias Sociales en la Universidad Pedagógica. En los últimos años de juniorado fue contratado como docente en el Colegio Interparroquial del Sur, donde puso al servicio de su labor pastoral y educativa no solo su preparación académica sino también su sensibilidad estética. El arte fue una ocasión para trabar amistad con los jóvenes del plantel, a través de la creación de obras de teatro y otras iniciativas. Siempre estuvo interesado en que se dieran procesos de integración entre la juventud marianista involucrada en los distintos proyectos en que los religiosos tomaban parte a nivel nacional.

Era un tiempo de mucha actividad, en que trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Igualmente, una época de consolidación de sus opciones a nivel vocacional y espiritual, vividas en el seno de una comunidad formativa animada por la interioridad y la comunicación. “Cuando Michel entraba a la cocina era una fiesta”, recuerda Jesús. Todos lo ayudaban y pasaban un buen rato: “era una persona que comunicaba muchísima vida comunitaria”. Alguien apasionado y creativo, con quien se podía conversar largamente o pasar en vela toda una noche haciendo pancartas para el colegio.

¿Qué puede decir la educación al movimiento de liberación? Michel se graduó como licenciado en Ciencias Sociales en 1997 con una tesis sobre el pensamiento educativo de Camilo Torres. Meses después, en 1998, fue enviado nuevamente a Lloró.

Sed de justicia

Hoy Lloró no es lo que Michel conoció. La minería se ha convertido en el centro de la economía chocoana. Ríos que hasta hace poco eran cristalinos hoy están completamente contaminados. Selvas espesas fueron destruidas. Se impone a la vista la tierra árida con el paso de las retroexcavadoras. Comunidades negras afectadas por la pobreza se desplazan siguiendo a las máquinas con la esperanza de hacerse con algo de oro y poder sacar adelante a sus familias. Prácticas tradicionales de producción como la agricultura y la pesca se han ido perdiendo; con ello, las interacciones sociales han sido modificadas.

“El Chocó no es visto como un lugar donde se puede aprender mucho de la cultura sino como una posibilidad de enriquecimiento a nivel económico, donde se mueve una cantidad de dinero que no queda para beneficio del pueblo sino que es llevado a otros lugares del país o de fuera”. Edward Palacios era acólito cuando Michel volvió a Lloró. Con los años ha comprendido la intención del trabajo de concientización que los marianistas y la Diócesis de Quibdó llevaron a cabo de forma mancomunada durante aquellos años para promover entre la gente la necesidad de defender el territorio. Una Iglesia inmersa en el pueblo, que luchaba sus luchas: así describe la experiencia misionera a la que él mismo le debe su vocación religiosa.

La presencia de grupos armados se había radicalizado hacia 1998 como una expresión del crecimiento de los intereses foráneos sobre la región. La titulación colectiva de tierras era una posibilidad abierta por la Ley 70 en orden a salvaguardar la integridad cultural del pueblo negro. ¿A quién benefició su muerte? Michel se entregó a varias actividades como religioso, educador y misionero orientadas a hacer real el advenimiento de una mejor vida para la gente de Lloró. Participó de la formación de las comunidades acerca de sus derechos. Capacitó a mujeres para que accedieran creativamente a nuevos recursos. Propuso espacios artísticos a los jóvenes, con el sueño de que en el futuro pudiesen conocer lo que otras personas como ellos hacían en otras partes del país con ayuda de los marianistas. “Dichoso tú, Michel, que has peregrinado por Colombia hasta hundir tu vida en las espesuras del Chocó con hambre y sed de justicia”, expresó el padre Cecilio de Lora durante sus exequias. Un año atrás Miguel Ángel había escrito: “Tengo el deseo de darme a fondo a Aquel que no tiene fondo”.

Por: MIGUEL ÁNGEL ESTUPIÑÁN

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.